La virtualidad ha irrumpido y llegado a nuestras vidas de manera violenta,
sin acomodos, y se ha instalado para quedarse. Ahora bien, todos nos preguntamos
cómo será nuestra vida después del COVID-19, todo apunta a que habrá un cambio -probablemente-
radical de algunas formas de vida, de trabajo, de relacionamiento e incluso en
las profesiones.
Hace 16 años que doy clases en diferentes universidades bolivianas y extranjeras,
tanto en licenciatura como en maestrías, he tenido la suerte de pasar y dar
clases con pizarra de estuco pintada de color verde y tiza, hasta dar clases a
través de videoconferencias con fondos virtuales, pasando por el uso de
plataformas LMS y pizarras acrílicas con proyectores Wireless desde mi celular,
y a partir de aquello, considero que es un error entender a la virtualidad, como
sólo una retransmisión de lo que se realiza de forma física y presencial a través
de internet.
La simple retransmisión en directo (streaming) de -por ejemplo- una
audiencia judicial, no significa que las audiencias se hayan convertido
virtuales, o cuando menos, no en los términos en los que realmente se requiere
para poder palpar o percibir los hechos en su real dimensión.
La virtualidad implica la creación de un entorno con una acepción de
realidad. Es la creación de un espacio por la tecnología, donde los objetos, personas
y sensaciones dan una apariencia de ser reales. De ahí que, la retransmisión de
una audiencia por alguna plataforma de internet es apenas, el primer paso para
lograr la realización de una audiencia realmente virtual.
El futuro esta ahí, en la creación de espacios virtuales. Uno de los
grandes proyectos que desarrollamos
durante mi gestión como Director de la Carrera de Derecho, conjuntamente con la
carrera de Mecatrónica de la Universidad Católica Boliviana en Santa Cruz, busca
precisamente aquello, ir más allá de la retransmisión simple, y pasar a una
audiencia en la que realmente se tenga la sensación de la realidad a la
distancia. Esto conlleva el uso avanzado de tecnologías y neurociencia, y por
tanto, de sensores neurosensoriales, microchips, además de por supuesto lo básico,
internet, cámaras de alta definición, cámaras 3D, set de fondos virtuales, etc.,
así como un equipo especializado de profesionales que realicen los estudios y
pruebas adecuados para lograr los resultados esperados.
Lo propio ocurre con la educación. La retransmisión de una clase por Zoom, es
apenas la primera etapa inicial de una educación virtual, y no es por lo tanto,
lo que realmente se espera de una clase por esta vía.
La retransmisión pura y simple, no permite ver ni percibir todos los
elementos que constituyen a la realidad, y por lo tanto, no sustituye la actuación
presencial, tanto en la educación como en la vida profesional, de ahí que
muchos colegas abogados ya se hayan pronunciado en sentido de que la
virtualidad (tal cual como esta funcionando hoy), no podría sustituir a las
audiencias presenciales, y que incluso, esta virtualidad podría en algún caso,
impedir mostrar todos los elementos o transmitir el mensaje adecuado a los
jueces, para que estos puedan tomar una decisión apegada al derecho y la
justicia, aún cuando esto último, implica -en muchos casos- tan solo una “verdad
legal” y no “real”.
Por lo tanto, una verdadera virtualidad debe ser entendida como la
posibilidad de poder percibir las sensaciones, pruebas, documentos, información
y demás elementos que forman parte de una actuación presencial, por medio de la
tecnología, sin necesidad de estar físicamente presentes.
El reto que ahora nos toca, esta en lograr estos espacios que nos permitan una
percepción cabal o más aproximada a la realidad, aspecto que nos obligará
probablemente a modificar nuestros procedimientos judiciales, notariales, y por
supuesto, de la educación, donde la sola retransmisión -en pocos meses más-
quedará tan sólo como parte del pasado.